domingo, 21 de octubre de 2007

Que horror de campaña

Definitivamente la política electoral en Colombia está en plena decadencia. Y es que hace muchos años yo no veía una campaña política con tan poca política y tanta emocionalidad. Aterrador. La campaña de hoy en Colombia más parece un partido de fútbol entre Millonarios y Nacional o la salida del estadio: lleno de corazón y poco de razón. Entre otras porque la coherencia política ha desaparecido: Liberales uribistas, conservadores uribistas, uribistas no uribistas, conservadores liberales, liberales de izquierda, zurdos del conservatismo, uribistas social-demócratas, y así, para no extendernos mucho más.

Lo primero que debo decir es que no soy partidario – en el estricto sentido de la palabra -, ni mucho menos militante del PDA, pero también debo decir que a la Alcaldía de Medellín, voy a votar por el Polo, no tanto por su candidato, y para ello hay tres motivos básicos.

El primero responde a un asunto de política profunda: creo que el Polo es una buena alternativa, pero aún no cuaja y en Medellín, menos. Considero entonces que un voto por el PDA puede darle un poco más de fuerza y, de esta manera, promoverlos a que organicen mejor sus estructuras. Necesitamos un Polo más amplio, un poco más progresista y menos mamerto.

El segundo motivo es muy particular, algo egoísta y tiene relación con lo anterior: la pura oposición. En una ciudad tan conservadora como esta, marcada por ese antioqueñismo patético que nos ha caracterizado, me resisto a votar por el señor Uribe o por alguien que represente sus intereses, que se ubique en sus líneas o que utilice a sus copartidarios para promoverse como candidato, y en eso hay claridades en la ciudad. Excepto el candidato del PDA, todos los candidatos están en línea con Uribe, tienen importantes uribistas en sus filas o, directamente, lo alaban.

Y en tercer lugar, está un asunto que casi nadie considera pero que a mi me ha fatigado mucho en esta campaña: la bajeza del debate, pues de ideas sobre políticas públicas hemos visto poco. Eso si, mucho de acusaciones, demandas, quejas, insultos y agresiones personales. Y como para mi esa es una situación aterradora, es el tema al que le dedicaré un poco más de espacio dentro de este escrito.


Esta campaña electoral a la Alcaldía de Medellín me ha permitido ver que definitivamente en Colombia, y que se refleja en Medellín por supuesto, hay dos líneas políticas definidas: la de Uribe y la del Polo. Respecto a la línea Uribe, debo decir que los programas de gobierno de la mayoría no distan mucho entre ellos, al menos no en lo que se puede llamar plataforma política. Se diferencian en las acciones concretas que se proponen, pero la línea de fondo es muy similar. Hay propuestas exóticas, poéticas, faraónicas, mediocres y repetidas en los discursos de la mayoría y también hay ausencia de propuestas en el discurso de uno que otro, pero la línea de fondo es la misma porque Medellín ya tiene una línea de desarrollo, ratificada en el Plan de Ordenamiento Territorial (que para los que lo desconocen no sólo es un plan de obras públicas y urbanismo, sino que traza líneas que cruzan todos los aspecto cotidianos de la ciudad) construido colectivamente durante los últimos 7 u 8 años. Esa es la principal causa de esta “pelea en el lodo”: Como no hay mucha diferencia entre lo que se proponen con la ciudad, pues se van a la acusaciones personales - estrategia muy del estilo del Presidente de Colombia y sus ministros y que lo han inculcado en el país de hoy.

De otro lado, siempre he considerado que la participación de todos en los procesos políticos – no solo en las épocas electorales -, son muy importantes. Y que los jóvenes se involucren en la política me parece una acción fundamental. Estuve lleno de esperanzas cuando hace unos 8 o 9 años comenzó a hacerse público en Medellín un movimiento político en el que se veían a la cabeza importantes intelectuales y académicos de la ciudad, tenía otra cara y además, su objetivo era una nueva forma de hacer política con los ojos bien puestos en la motivación a que los jóvenes universitarios se involucraran en procesos políticos. La esperanza se me ha desvanecido, pues nunca esperé que esa nueva forma de hacer política fuera tan similar a la política electoral de todos los tiempos y hasta peor.

Es transparente, si, pero tan transparente que lo que hace unos años se veía por debajo, hoy está por encima, y no es precisamente porque los gobernantes y candidatos hayan cambiado las maneras, sino porque los medios de comunicación generan otras posibilidades y, además, porque son un poco más incisivos que antes a la hora de denunciar las viejas formas de hacer política; pero también porque la Constitución del 91 abrió muchos espacios de participación ciudadana (no los crearon ni Uribe, ni Fajardo, ni Pérez, ni Gómez Martínez, etc...) que han aportado mucho a descubrir lo que verdaderamente es la política, sobretodo si es electoral.

Durante los últimos 4 años me he hecho consciente de que ese proceso de Compromiso Ciudadano ha sido estéril en lo más importante que pudo haber promovido: una participación política sensata, elegante, madura y eficiente por parte de los jóvenes de Medellín, pero no. La actual campaña muestra como en eso no se ha avanzado. Se ve en primer lugar, en la posición – y con ventaja - que tiene en las encuestas el señor Luis Pérez (poco más que satanás, según los seguidores de Compromiso Ciudadano), a pesar del gran ejemplo que ha dado el actual Alcalde (casi un mesías, según también los seguidores de Compromiso Ciudadano). O en el tercer lugar de Sergio Naranjo. O en la posición trasera de la cola en la que se ubica el PDA.

Pero también se ve en la inmadura campaña que se está desarrollando por parte de los púberes seguidores de Alonso Salazar, que nada que hacen debate con fundamentos políticos a favor de la candidatura que siguen y si, lleno de diatribas - no sé si ciertas o difamatorias, en eso no me meto – contra los demás candidatos. Pero el asunto no va solo en los seguidores jóvenes, también en el candidato y algunos de los intelectuales y académicos que le siguen: se les ve salidos de la ropa, descuadernados, igualándose a las viejas formas de hacer política, y creo – espero que así sea - que hasta desconociéndose a sí mismos. Para la muestra, sólo es necesario leer al escritor Héctor Abad Faciolince que en la última semana en Semana, se desbarrancó en una columna que, la verdad, no le calza, no es de su medida; escribió al mejor estilo de Vallejo, Caballero o Gaviria (Pascual), que siempre han sido crudos, primarios y, en ocasiones, cercanos al insulto (y lo hacen bien y a veces me gustan – alguno más que los otros, alguno menos que los demás -) y no le queda bien. Héctor Abad es de otro estilo y su bandera ha sido otra: la de la tolerancia, la del respeto, la de los argumentos, la de la sensatez.


A mi me da jartera. Me tiene cansado esta campaña barriobajera que a la ciudad no le hace bien. Me produce escozor saber que la crema y la nata de la intelectualidad de la ciudad ha abandonado las razones y se han entregado a las pasiones, como cuando apenas eran estudiantes. Me genera gran preocupación la masificación irracional de la nueva forma de hacer política, que se propague la veneración a un líder o un movimiento – en lo local – sin pensar en una plataforma política que no sea la utopía de cambiar la política, porque la política siempre ha sido la misma y ha funcionado de la misma manera, aquí y en Cafarnaum. Me gusta más la idea de transformar la sociedad, acabar la pobreza y generar equidad.