Hay algo qué se llama punto de vista. Es ese asunto que le da un sentido particular a un concepto, un hecho, una acción o a lo que sea. Y ese punto de vista se construye y se legitima en los argumentos, así sean mentirosos.
Hay algo más que se conoce como poder. Y es esa capacidad individual o colectiva de actuar, que se legitima en las estratagemas legítimas o no de hacer o decir.
También es real algo que se llama gobierno: Podríamos plantear que es esa capacidad de manipular todos los recursos –casi siempre lingüísticos– para hacer creer que se hace lo correcto para todos. Eso es lo que suele ser un gobierno.
Son tres asuntos que el Presidente de la República de Colombia, conoce bastante bien y que, de la mano de sus asesores –algunos con bastante maña- maneja de manera asombrosa.
Ah, y hay algo que se conoce como apología. Y según la Real Academia de la Lengua es “Discurso de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de alguien o algo.” Y lo que Uribe ha hecho durante los últimos años no es más que una apología al delito.
Antes de seguir, es importante decir –para no pasar de inhumano- que es refrescante que en las selvas colombiana haya un secuestrado menos. Hay que aclararlo porque mi punto de vista, como el de cualquier colombiano que no milite en el furibismo, tiende a ser un despropósito.
Hablaba de las apologías al delito, en el marco de los puntos de vista, el poder y los gobiernos. Y es que convertir en héroe a quien ha delinquido es una apología al delito y, de nuevo, el gobierno de Uribe, lo hace, lo ha hecho todo el tiempo: Con paramilitares, guerrilleros, narcotraficantes y políticos corruptos.
Eso de gobernar no es fácil, pero si usted se somete a hacerlo, pues es necesario que lo haga con responsabilidad, una virtud que en este país ha escaseado durante toda su historia y que este gobierno perpetúa.
Digamos que hay tres maneras de resolver los problemas de un pais como Colombia: una triste y terrible, llamada guerra; una perversa, que es sobornar y premiar a los delincuentes; y una tercera, la óptima, que es resolver los problemas fundamentales: proveer a los ciudadanos lo básico (empleo, salud y nutrición). La primera resuelve asuntos coyunturales y deja mucho dolor y resentimiento, eso ya está probado en Colombia; la segunda, deja aparentemente menos sangre y menos dolor, pero no es justa ni deja un buen mensaje para los colombianos necesitados; en cuanto a la tercera, no es posible porque ni los ricos, ni los poderosos están dispuestos a entregar la menuda para que todos sus compatriotas, tengan lo mínimo, pero es la óptima.
Pero voy a retomar el tema de las apologías en el mismo marco del punto de vista, el poder y el gobierno. La guerra es bárbara: disparar, matar a un ser humano, es un asunto bárbaro, pero parece que eso depende del tal punto de vista. Mi madre por ejemplo cree que Dios da licencia a un militar para matar porque está defendiendo algo, inventado por el hombre no por Dios, llamado Estado; pero además agrega que, como el tal Jojoy, es de izquierda, seguro no tiene permiso de Dios para blandir el fusil y por eso es un sinvergüenza.
En un país que se ha violentado durante tantos años, el Presidente no debería poner en lo más alto de la escala de valores la violencia, el soborno, el engaño y la intolerancia. Debería si, poner por lo alto los valores éticos y humanistas para la ciudadanía y la vida cotidiana: respeto por el otro, por la vida, por la justicia; la tolerancia, el diálogo; entre muchos otros que están por ahí difusos o desaparecidos.
Es que el Presidente hace muchos años le ordenó a los violentos e irracionales militares “dar resultados” y eso se implica que también les dio permiso para actuar. Con su permanente discurso de “los soldados de la patria”, de “los salvadores de la patria”, les dio un lugar privilegiado en la política de seguridad democrática y ellos, que siempre han abusado del poder, se dedicaron a ejercer la fuerza y la violencia sin límite alguno porque es que cada baja es un punto adicional en el escalafón de ascenso al poder que dan las armas, no importa quién sea el caído. Ese pedestal de oro en que se ha puesto a la fuerza militar, ese heroísmo que se les ha otorgado ha permitido que se implemente un sistema de limpieza social perverso, patético y vergonzoso: detener y ejecutar jóvenes con antecedentes penales, mayores o menores, para registrarlos como “positivos” contra las fuerzas “terroristas”.
Pero además, se juega a corromper a la ciudadanía, a los buenos y a los malos ciudadanos, con esa peligrosa política de recompensas que nos regresa al viejo oeste, que nos devuelve al “wanted death o alive” de las películas de vaqueros. Ya se demostró con a. Rojas, que ejecutó extrajudicialmente a Iván Ríos y que no tendría porque ser premiado por el Estado, ni reconocido como un valeroso hombre. Los más creyentes en “la carnita y los huesitos” argumentarán con que funciona y que a.Karina es una muestra de ello, y si, funciona, pero justamente como todo lo funcional, se convierte en un asunto de coyuntura que no hace mejores ciudadanos sino países y ciudades más gobernables, y no estoy seguro de que en el largo plazo eso sea bueno.
Finalmente, yo siempre he dicho que los guerrilleros rasos no son terroristas sino víctimas de un Estado excluyente, de un Estado que en la búsqueda de suplir las ambiciones de los mezquinos grandes empresarios colombianos y extranjeros y de los corruptos gobiernos que siempre han trabajado para ellos, también tengo claro que delinquen, que han disparado un fusil y que han privado de la libertad a muchas personas mediante el secuestro. Por ello me parece peligroso y vergonzoso que un gobernante exalte y ponga en condición de héroe a un guerrillero que se ha desmovilizado y que el Estado le dé $1.000’000.000 de premio por haber delinquido y arrepentirse, eso no puede pasar, por más secuestrados que éste traiga a la libertad, porque para mí, desde mi punto de vista, esos actos son una invitación para que aquellos que han enfrentado la pobreza con dignidad y respeto por los demás, piensen en hacerse delincuentes para recibir su recompensa. Para mi, eso es apología al delito.