Publicado el 4 de Diciembre de 2006
La premisa
El rock’n roll en Medellín no ha muerto, ni va a morir, a pesar de que a menudo ha sido gravemente herido. Y no ha muerto porque todavía quedamos por ahí algunos absurdos rebeldes soñadores que crecimos entre lespoles, telecasteres, riquenbequeres, marchales, overdraiveres, distorsiones y demás – y aunque no conociéramos esos nombres, era lo que salía por el parlante o por el audífono -.
La fuerza del rock’n roll está por dentro de todos aquellos que vibramos con contundentes beats de batas, que nos estremecemos con la emoción de sencillas líneas de bajo, que nos emocionamos con la estridencia de los acordes y las melodías de guitarra afiladas y que soñamos con las palabras que rezan de ciudades, de vida y de muerte, de amores y de desamores.
El rock’n roll ha sido, es y seguirá siendo, ese alimento espiritual para quienes nos negamos a ser completamente adultos, que pretendemos seguir viendo la vida con ese cierto vértigo que da la juventud, con esa cierta rebeldía que carga el rock’n roll a donde vaya.
El suceso
Y aunque el rock’n roll siempre ha sido sinónimo de movimiento, siempre se ha puesto a la vanguardia de las diferentes épocas a las que ha sobrevivido y, ha sido elemento fundamental en el desarrollo de los medios audiovisuales en el mundo, está por encima de los media, o por debajo, o al ladito, pero no depende de ellos, nunca lo ha hecho y creo que nunca va a depender.
Hace pocas semanas, algún gerente de esos que no tienen ni idea de audiencias reales sino de audiencias en papel, uno de esos gerentes de los que está llena la radio, decidió que Veracruz – la emisora de radio juvenil más tradicional de la ciudad y que últimamente estaba dedicada al rock’n roll – apagaba sus consolas y dejaba de sonar con la fuerza que traía, para dar paso al reguetton, a la patética balada pop en español – como la de Arjona – y a otros de esos ritmos que caben en cualquier parte porque definitivamente no tienen carácter.
Pero bueno, son las decisiones de los doctores que deben creer todavía, como a la vieja usanza, que el rock’n roll es la música de mefisto, un estruendo cargado de mensajes subliminales – que se oyen cuando el disco se pone al revés – que invitan a sus adolescentes adeptos a entregarse al sexo, a la droga, al alcohol y a la violencia. Seguro el doctor cree profundamente que quienes escuchan rock’n roll no tienen dinero que son muchachitos que todavía dependen de sus padres y que no compran. Pero, si no tienen dinero ¿cómo diablos se dedican al sexo, a las drogas y al alcohol? y ¿cómo hacen para comprar los equipos esos raros que hacen que un vinilo o un cd corran al revés?
Así son los gerentes de radio: van tomando decisiones según un librito recién salido que se llama EGM y que sinceramente, yo no tengo la más mínima idea de para qué sirve: tengo un montón de años y nunca he sabido como se arma el EGM, nunca me han encuestado, nunca he visto un aparato que reseñe on line la cantidad de aparatos de radio sintonizando tal o cual emisora – y eso que en algún momento de la vida pasé por una emisora de la ciudad, pasé por un programa de radio y nada, no sé como se miden las audiencias.
El señor gerente, el doctor decisiones, argumentará que no hay público suficiente y yo me quedaré atónito porque hace poco, en el último mes y medio antes de que se silenciaran los equipos de Veracruz, en Medellín hubo una oleada de rock’n roll increíble: el Altavoz (como unas 8.000 o 10.000 personas durante 3 días), los conciertos Anti-Mili (que reúnen cualquier cantidad de gente) y la Gira de Bares y Rock’n Roll que precisamente promovió la desaparecida emisora en cuestión y que, a pesar de ser en los pequeños bares de la ciudad, siempre tuvo una buena cantidad de público presente. ¿Cuántos son los miles de oyentes que necesita una emisora? No creo que sean muchos porque fuera de Julito, Darío, la Gurí y Peláez (sin contar con nuestras estrellas locales de la radio, que tampoco son tantos: El Gurú del Sabor, Alonso Arcila, Múnera cuando narra fútbol, uummmm...), no creo que existan las grandes audiencias – y creo que estoy siendo benévolo con Darío y la Gurí –.
Pero lo más grave de todo es que se cierra un espacio que se estaba comenzando a conquistar para promover la música de acá, el rock’n roll de Medellín, ese que no existe para muchos puristas, pero que está ahí, que recorre la ciudad. Y digo que se estaba comenzando a conquistar porque pese al esfuerzo que hicieron los chicos de la emisora por rotar música de Medellín, creo que hizo falta más, pero es entendible, la radio siempre ha sido así, los espacios son reducidos, sigue siendo la misma que conocí hace años, claro que sin payola, creo, pero cerrada.
La despedida
Digamos que, por nombrar un ejemplo entre algunos pocos, aun nos queda Haga La U (radio, televisión, impresos, foros, toques), un proyecto musical urbano amplio y receptivo, un lugar de difusión de lo local, un espacio donde siempre hay lugar para la cultura de Medellín vista desde el rock y que seguro seguirá ahí porque la maravillosa terquedad de quien la encabeza, ese espíritu de rock’n roll que embarga a su promotor, seguro logrará que las banderas sigan izadas.
La premisa es más que clara y por eso ese Chau Medellín... Att: Rock’n Roll, no será más que un título de un escrito y la disculpa para escribirlo. De repente, aparezca por ahí en algún muro en forma de graffiti – que seguro no será de mi autoría - pero no será más que eso: una tonta frase más que no refleja, ni reflejará la realidad porque el rock’n roll se queda por acá, recorriendo las calles, cantando realidades y ficciones, en pequeños toques, en pequeños bares o en algún teatrino, haciendo que la vida sea más viva.