viernes, 14 de agosto de 2009

¿A Miami? No, gracias

La verdad, a mí los Estados Unidos de América no me llaman la atención y seguro es el resultado de ciertos estereotipos en los referentes políticos que uno va construyendo: ciertas generalizaciones ingenuas que con el tiempo y unos cuantos libros, se van llenando de matices.

Ciertamente, no tengo nada contra los ciudadanos de los Estados Unidos en general, pues sé que allí seguramente, como en todas partes del mundo, hay más gente agradable que gente desagradable, hay más gente pacífica que guerrerista, hay más gente ingenua que perversa, hay más gente buena que mala. Sin embargo, no me gustan los gobiernos norteamericanos y la filosofía política de éstos por su concepción de la economía de mercado, por su paranoica mirada de la seguridad, por su incoherente ejercicio del derecho y la justicia, pero sobretodo ello, por su soberbia y hegemónica geopolítica que les hace creer que son los encargados de salvar al mundo. Pero tampoco me gustan sus medios de comunicación, configurados como temibles maquinarias de poder y control al servicio de los anteriores. En ambos casos, situaciones corrientes y comunes a lo largo del mundo, sin muchos distingos de doctrina política.

Por ello, siempre he declarado mi gran desinterés por visitar esa federación, aunque tenga como uno de los mayores deseos de mi vida recorrer New York, perderme en Manhattan durante días enteros: de Whitehall Terminal al Apollo Theater, del SOHO al Yankee Stadium, del Sout Street Seaport al Metropolitan Opera House, así, toda entera, de dia y de noche. Y bueno, con los años creo que voy cediendo, pues cada dia, Manhattan se hace una añoranza de la peor de las nostalgias, como lo ha dicho Sabina.

Sin embargo, sé que tristemente para alguna de mis primas, debo decirlo en voz alta: ¡ NO QUIERO IR A MIAMI ! Eso lo he pensado de hace tiempo y no por la insulsa arquitectura, ni por las grandes dificultades de transporte, ni por el desmedido consumo en los mall, ni por los amenazantes huracanes y, seguro que tampoco por el general de la gente que la habita, porque incluso allí viven entrañables amigos. Pero estoy seguro de que para mí sería terriblemente insoportable estar cerca de ciertos grupos de refugiados latinoamericanos que viven en la capital de sol.

Grupos de infortunados mártires de la miseria sureña; pobres víctimas de las extremas ideologías armadas y violentas de izquierda y de derecha, tanto oficiales como subversivas; desamparados y sacrificados por las ya tradicionales corruptelas gubernamentales que han detentado el control y el poder durante años y años; infortunadas familias abatidas por la falta de oportunidades y de esperanzas; en resumen, desdichados parias, producto de estas maltrechas sociedades poscoloniales.

¿Me creyó? No sea ingenuo. No hablo de los muchos que allí viven y trabajan tranquilos y no se meten con nadie y que hacen su vida bajo el signo de la tolerancia y el respeto; no hablo de esos que se fueron detrás del sueño americano (ideal que no comparto, pero que respeto) y que, poco a poco, se han dedicado a partirse la espalda para tratar de hacer un capital y a apoyar a sus familiares en sus países de origen; tampoco de los que por sus grandes cualidades profesionales fueron llamados a trabajar por allá y que se dedican a resolver sus problemas cotidianos y a disfrutar de cada día que pasan en esa ciudad; tampoco de aquellos que decidieron irse para allá porque acá, en América Latina, somos muy mañés y allá todo es más chic; no, no hablo de esos.

Hablo de esos que, desde el exilio, desde la comodidad de Miami, se dedican a construir estériles discursos contrarrevolucionarios para intentar retomar los poderes que ostentaron durante mucho tiempo.

De esos que poco a poco se han dedicado a conseguir en los Estados Unidos los puestos gubernamentales que no han logrado obtener en los países de los cuales se dicen nacionales – bien sea por nacimiento o por herencia de sus monárquicos ancestros -, escudándose en la defensa de los valores políticos occidentales: la democracia, la familia, la libertad de pensamiento y de expresión, la propiedad privada y la paz.

Me refiero, a esos que, con mucha tranquilidad y pocos argumentos, dan desde la distancia su gran respaldo o su recalcitrante rechazo a los tristes gobiernos de nuestros maltrechos países, o que hacen juiciosos análisis de las realidades sociales y políticas de esa América Latina que conocen por los medios de comunicación.

De esos que se fueron a disfrutar de la ciudad del sol y desde allí dirigen en calma sus grandes empresas, instaladas en nuestros países y que, en ese mismo tono, deciden los recortes de personal y las rebajas salariales y que, además, legislan para que los impuestos no sean tan altos. Todo ello mientras se gastan miles de dólares en medio del sudor (si es que sudan) que produce el sol en las playas de Florida, lo que producen con el sudor de su frente hombres y mujeres que reciben como contraprestación unos doscientos cincuenta dólares por mes, después de trabajar unas 160 horas en total.

Si, hablo de esos que durante mucho tiempo, ellos o sus familias, han sido aliados o han hecho parte de esos gobiernos aparentemente democráticos que, con corrupción y politiquería, han construido la miseria sureña.

De esos que han permitido o promovido, para proteger su propiedad privada y hacer respetar el sudor de su frente, las extremas ideologías armadas y violentas de diverso tipo.

De esos que, en una angustiosa carrera por llenarse los bolsillos, no han promovido desde sus empresas las oportunidades y las esperanzas que los latinoamericanos necesitamos.

En resumen, me manifiesto frente a esos que se las dan de víctimas, pero que son los herederos y dueños únicos de las escasas riquezas poscoloniales.

De los mismos que, en defensa de la libertad de pensamiento y de expresión y de la familia, atropellan a Juanes en su persona y en su obra y le amenzan con su familia porque decide llevar sus canciones – ausentes de discursos e intenciones políticas - rosas y románticas (y es por eso que no me gustan) – al reprimido pueblo cubano.

De los que, protegiendo los valores occidentales de la democracia y la paz, defienden la acción armada y el golpe de estado que decide dar un grupo de poderosos oligarcas hondureños, exilando en la madrugada a Zelaya Rosales (otro poderoso oligarca en ejercicio legítimo de la Presidencia) porque oportunista y peligrosamente, quiere sumarse al actual bloque socialista del continente, para robarse las pocas riquezas de su país, haciendo cambios ilegales en la Constitución, pero que al mismo tiempo apoyan las reformas constitucionales ilegales en Colombia para que su anti-terrorista amigo Álvaro Uribe Vélez se perpetúe en el poder por un periodo más, completando 12 años de gobierno en un país con tradición de cuatrienios.

Señalo a esos que terminaron siendo más gringos, imperialistas y intransigentes que los senadores Helms, Burton, Weldon, Goldwater y que no bajan de sus discursos las palabras tiranía, comunismo, terrorismo y todas esas otras, desaparecidas o de reciente acuño, que van en contra de su ambición de poder político y económico.

Pero sobretodo, me avergüenzo como comunicador de Ubietas, Pérez y Browns (no menciono a algún colombiano porque ninguno está en Miami, todos vinieron a Bogotá a hacer periodismo desde hace unos 6 años), porque hacen del periodismo informativo un terrible discurso dominante, carente de imparcialidad y peligrosamente contaminado de ideologías que ponen en riesgo la integridad de las personas y, con sus insultos y discursos trasnochados, convierten el periodismo de opinión en un ejercicio bajo y burdo, sin la elegancia y las buenas maneras que éste se merece. Ambos asuntos al mejor estilo de las militancias y los gobiernos dictatoriales de la izquierda y de la derecha, tanto de ayer como de hoy.

Ya ve usted, mi querida prima, Miami no me interesa, porque aunque sé que humanos que piensan así y actúan así hay en todas partes, la alta concentración de éstos, está en esa ciudad y no, creo que no podría aguantarlo. Por eso, si algún día al cónsul se le ocurre darme el permiso para darme un paseo por la Unión, compraré un tiquete directo al JFK o al Liberty porque espero - para no caer en la tentación y tener una buena disculpa - que el señor Manny Díaz, ponga un gran letrero que diga: Juan David Zapata Agudelo NO ES BIENVENIDO a la Ciudad de Miami.

Tres anotaciones finales y al margen:

1) Me alegra mucho encontrarme con la coherencia, la pertinencia y la elegancia de la información y la opinión que por estos tiempos ejercen Hernández Cuellar, Montaner y Müller.

2) De los artistas y sus opiniones sobre el concierto de Juanes en La Habana, yo no opino, al fin y al cabo el arte – y lo que éste piense y diga - no puede tener límites.

3) Como esbozo de cantautor, estaría muy feliz de compartir escenario con el gran artista Silvio Rodríguez, a quien he admirado profundamente desde hace muchos años por sus canciones y por ellas, lo aplaudiría: Su lugar en la canción no se lo podrá quitar ni la más mezquina de las acciones humanas.

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