viernes, 2 de julio de 2010

No es disculpa, es protesta

Creo que por terquedad acudí a la mesa 20 de la Ramón, donde siempre he votado. Y digo que por terquedad porque cada vez le encuentro menos sentido a ese acto patriótico, ciudadano, civilizado, decente y responsable de sufragar. Y eso, porque cada vez le veo menos sentido al asunto ese de la democracia, pues cada vez se me hace más claro su fracaso.

Siempre me han dicho que la democracia es la voz del pueblo, que es el gobierno del pueblo y para el pueblo, que es el mejor sistema político y de gobierno que existe porque sólo ésta garantiza la justicia, porque es el fruto de la libre opción de los ciudadanos, porque - en consecuencia - otorga a todos una amplia gama de derechos y muchas más cosas bonitas. Se dice, en conclusión, que la democracia es la única manera de garantizar que todos vivamos bien. Y en ese sentido, creo que la democracia - con unos 300 años de antigüedad - ha fracasado, en casi todo el mundo occidental que implementa ese sistema de gobierno.

Aunque yo vivo bien, sé de muchos colombianos que no tienen esa fortuna. He conocido personalmente y por interpuesta persona, a muchos habitantes de este país que no están ni cerca de vivir una vida digna: tienen hambre, mueren por ello; su acceso a la salud es bastante limitado, tanto de manera preventiva como curativa, porque la salud tiene costo y también mueren por ello; y no tienen trabajo, mucho menos empleo, sobretodo porque la legislación democrática regula excesivamente y limita cada asunto, incluso las maneras informales – no ilegales - de conseguir el sustento diario. Sin trabajo, sin salud y sin alimento, no puede ser digna una persona.

Yo tengo un empleo, puedo proveerme de comida - a veces, en exceso - y mi acceso a la salud es siempre posible - al menos hasta lo que hoy he necesitado. Pero la democracia colombiana, y la democracia en general, no se trata de mí: no gira en torno a mi opción trabajo, ni está ahí para satisfacer mis excesivos deseos gastronómicos, ni se reduce a mis fines de semana en mi finca, ni está limitada a garantizar la posibilidad de hacer lo que me dé la gana con mi automóvil, ni existe para que mi empresa mantenga bien mi economía, entre otras tantas barbaridades solipsistas que los discursos políticos democráticos han construido y que nos hemos creído: “el problema no es el sistema, el problema es la decadencia moral de los pobres que no quieren trabajar”.

Por eso es vergonzoso ver al Ministro Valencia el día de las elecciones, tal vez desesperado por la poca asistencia de la gente a las urnas, insistir en la casi obligatoriedad del voto, argumentando que entonces quien no vota no tiene derecho luego, protestar ni a opinar. No estoy de acuerdo: no es el voto la condición para que el individuo sea sujeto político o sea ciudadano, es decir, no votar también puede ser una posición política, no sólo el voto en blanco significa descontento y me está pareciendo que eso es lo que está pasando en Colombia.

La gente no vota, el 65,52% de los colombianos no votaron el pasado 20 de junio porque creo que ya no creen en la autoridad, en los gobernantes, en la democracia. No fueron ni la lluvia, ni el mundial, no nos metan ese cuento. Es diferente, más profundo y más complejo: con esos gobiernos creo que la gente de este país, cada vez será más apátrida, menos ciudadana, claramente primitiva, de grosera indecencia y por completo irresponsable.

Eso pasará con mayor fuerza mientras cada vez más gente tenga menos oportunidades. Porque yo sí prefiero un país que reparta la pobreza - incluida la nobleza de la mayor parte de los pobres del país - que un país que procure la riqueza para resolver los problemas de todos y reparta esa riqueza entre pocos, como ha pasado en Colombia, porque acá la repartición de la riqueza no ha funcionado en 200 años de República.

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